jueves, 27 de octubre de 2011

La Zaranda trae hoy al FIT su danza espectral con 'Nadie lo quiere...


La compañía jerezana vino por primera vez al festival en 1986 casi en la indigencia y, 25 años después, regresa consagrada como una de las mejores propuestas teatrales del mundo
PEDRO INGELMO/ CÁDIZ | ACTUALIZADO 27.10.2011 - 07:48

"Magnífico y desabrochado sainete espectral, fantasía que diseca y ventila los aires de una España rancia y agonizante que soporta el polvo de unos últimos vestigios visibles aún; cuerpos prácticamente disecados que hablan de la muerte, atrapados en una memoria fosilizada y llenos de una putrefacción moral que parece invitarnos a una siniestra siesta", se puede leer en una de tantas elogiosas críticas que ha recibido Nadie lo quiere creer, el último montaje del más estable de los teatros inestables de Andalucía, La Zaranda, que trae hoy su patria de espectros a su patria chica, el FIT, el festival que hace casi treinta años los alumbró en un momento cercano a la indigencia. Marcos Ordóñez, uno de los grandes críticos teatrales que nos quedan, se rinde a ellos: "Tan bueno como siempre. Una admiración enorme, la de siempre también, maestros, y un respeto imponente". Tanto tiempo después no es que lo componentes de esta permanente transgresión naden en la fortuna, pero, desde luego, sí lo hacen en los halagos de una crítica a la que cada una de sus propuestas enamora más. En esta ocasión, la exuberancia creativa de Eusebio Calonge, el libretista habitual, alcanza puntos cercanos al paroxismo para mostrarnos esa mansión decadente donde chapotean en polvo los fantasmas. Es lo que los exégetas califican de "compromiso existencial", latiguillo que, a buen seguro, hace gracia a grandes artistas como Paco el de la Zaranda, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos.
Para Gaspar Campuzano, "entre la vida y la muerte está el teatro". La Zaranda siempre ha entendido el teatro como comunión, o al menos así lo entienden desde que actuaron en Aguascalientes, en México, que debe de ser uno de los lugares más peligrosos del mundo, y se obró el milagro del teatro. Ningún exégeta en el auditorio, sólo mujeres y hombres duros como rocas reblandecidos por la materia de los sueños. Lo de la crítica está bien, pero La Zaranda quiere público. Y, tras tantos años de carretera, lo tiene. Y muy fiel.
Y este sueño de qué va. Que hable La Zaranda: "La carcoma y la decrepitud se están comiendo a trozos la mansión de una vieja dama que pretende descender de los reyes godos. Ella es la última de una estirpe que ha ido extinguiéndose de pura inanición, la última arpía de la familia, toda arrugas, dolores y una lengua de víbora con la que fustiga a un sobrino medio imbécil e inútil y a una criada que la ronda tal y como los cuervos planean sobre posibles cadáveres. Falta el pavo real, símbolo de extravagancias derrochadoras de tiempos mejores y que ahora ejerce de adorno disecado".
Paco el de la Zaranda atiende al telefonino con el bullicio de fondo del autobús del festival (que no sé qué autobús es ese, pero que está claro que es un autobús lleno de gente de teatro que hace mucho ruido). Tiene el trancazo propio del otoño atrasado que nos ha sorprendido en pleno verano tardío y se disculpa por la voz y por el cansancio, en este caso no por la tristeza, como ya hizo en alguna ocasión con gran éxito en su disculpa. Propongo, por tanto, una conversación rápida con las frases protoclarias, hablar un poco de Cádiz y eso y encuentro a Paco Sánchez muy poco protocolario: "No, no, no es una frase hecha, en serio, lo de Cádiz es algo muy bonito y muy especial. Volver a Cádiz es volver al principio, un viaje metafísico al origen. Y volver al principio siempre tiene algo de final...", afirma desde el enigma que siempre nos brinda el catarro.
Abusando de su virus, le observo que en este último montaje, el que hoy podremos ver en el Falla, la crítica les ha rociado de púrpura. Paco se zafa de la pregunta y hace un recorrido mental por la larga gira que les trae a Cádiz al borde del agotamiento tras sonoros triunfos en plazas del norte como Pamplona, Vitoria o Logroño y una prolongada estancia en Madrid en el teatro Español. "Yo no sé si será la crisis, no sé qué necesidades generan las crisis, pero lo cierto es que los teatros están llenos como hacía mucho tiempo que no los veía". Hay hambre de teatro y La Zaranda alimenta.

ELPAIS.com >Cultura Premio al vital pesimismo de la Zaranda
Los geniales creadores reciben el Nacional de Teatro por su lúcido y bello teatro "que entronca con la tradición ibérica del esperpento"
ROSANA TORRES - Madrid - 25/11/2010
Premio Nacional de Teatro a La Zaranda

















Imagen del montaje Futuros difuntos, del grupo teatral La Zaranda.-

"Tenemos 33 años y era el momento de que nos crucificasen". Con tal exabrupto, que encierra más ternura que otra cosa, contestaban los de la Zaranda a los que le preguntaban sobre cómo habían recibido la noticia de que se les acababa de conceder el Premio Nacional de Teatro. Puro lenguaje zarandiano que utiliza esta compañía teatral considerada de culto, que tiene fieles y acérrimos seguidores, conocida y reconocida en medio mundo y que apenas se la programa en España. Bolos sueltos, participación en algún festival que otro, como el de Otoño de Madrid, el FIT de Cádiz, o este año Temporada Alta, donde han estrenado Nadie lo puede creer, su último espectáculo, y acogidos de manera habitual en prestigiados templos de la escena como el Teatro Español o el Teatro de la Abadía, ambos de Madrid, y poco más.

Francisco Sánchez, director del grupo al que todo el mundo conoce por Paco de la Zaranda, apenas podía hablar nada más conocer la noticia: "Si yo iba tan tranquilo por la calle a tomarme un vermuth en mi barrio", dice refiriéndose a la madrileña zona de Chamberí, aunque todos ellos vienen de Jerez, de ahí que el grupo también se llame Teatro Inestable de Andalucía la Baja. Además están, desde siempre y sin cambios (tan sólo a veces han contratado algún actor más) Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y el autor de cabecera de todos sus espectáculos, Eusebio Calonge, un trasunto contemporáneo de Valle-Inclán al que admira profundamente y con el que guarda un asombroso parecido físico..., y mental.

Muy en su estilo se han negado a hacer declaraciones. De hecho en ninguno de sus espectáculos salen a saludar, mientras los espectadores se desgañitan gritándoles bravos y poniéndose al rojo las manos con los aplausos. Tan sólo han lanzado un comunicado que dice así: "Antes que nada compartir este premio, con todos los que han sido compañeros en el camino y son ya parte de Zaranda, los que llevamos por dentro. Tantos amigos que confiaron, apoyaron y fueron un estimulo en este largo peregrinaje. Muchos que ya no están aquí, para compartir con nosotros y a quien tanto debemos. Un premio a la trayectoria, no es un fin sino un impulso, el de unos creadores que lejos del ruido han defendido una manera de hacer teatro, que no ha sido el que la época con sus ajetreos comerciales y cacharrerías de novedades han entendido como espectáculo. Agradecemos a quienes nos han considerados dignos de él y lo recibimos con humildad, seguiremos trabajando para que el teatro sea un pasión útil. Nos vemos en el escenario". Y firmado La Zaranda.

Quien le ha concedido el galardón ha sido un jurado, presidido por el director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), Félix Palomero, con la vicepresidencia de la subdirectora general de Teatro, Cristina Santolaria, que ha estado integrado por Lola López, David Ottone, Roberto Pascual, Lluís Pasqual, Gloria Muñoz y Vicky Peña, actriz galardonada en la pasada edición.

El jurado le ha concedido esta distinción por "su capacidad de conjugar una decidida y comprometida puesta en escena y un texto global que entronca con la tradición ibérica del esperpento, a través de un lenguaje contemporáneo de gran carga poética, puesto de manifiesto en 2009 en el espectáculo Futuros difuntos". El premio está dotado con 30.000 euros.

Su propuesta teatral es diferente a lo que acostumbramos a ver en los escenarios, enraizada en la tradición de la cultura española, de Zurbarán a Valle-Inclán, arraigada a la identidad popular. Entre sus espectáculos destacan Los tinglados de Mari Castaña, con el que empiezan a ser conocidos en 1983, Mariameneo, Mariameneo, con el que empiezan a darse a conocer internacionalmente, Vinagre de Jerez (1989), con el que empiezan a cosechar premios, Perdonen la tristeza (1992) que se representa en una veintena de países, Obra póstuma (1995) que sorprende en Nueva York. Ha continuado su andadura hasta Futuros difuntos por la que ha recibido este Premio Nacional de Teatro, con Obra Póstuma, Cuando la Vida Eterna se Acabe, Ni Sombra de lo que Fuimos, Homenaje a los Malditos, Los Que Ríen los Últimos y la recién estrenada Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros.

En casi todos sus montajes juegan con el idioma, con una poética minimalista y personal y un cerrado acento andaluz, tiñen la escena con la presencia de fiestas y tradiciones, jugando con la ligereza de un tono menor, que provoca la sonrisa, rara vez la carcajada, aunque también.

A pesar de ser grandes ritualistas de los que críticos, como Marcos Ordoñez, han escrito La Zaranda encuentra a Dios en el escenario, no han gozado nunca de popularidad, en gran parte debido a su política escénica, que no cede ante nada, ni nadie, ni ante modas, gustos o parafernalias varias. Ellos son lo que son, genios, pura esencia teatral sin artificios ni engaños. Quizá anticomerciales, porque sus principios son férreos, no buscan el éxito fácil, y no dudan en dar puñetazos en las entrañas del mondongo del espectador, que diría Valle-Inclán, con tal de hurgar en las profundidades de los sentimientos más profundos de la condición humana. Son hombres (raramente mujeres y siempre ajenas a la compañía) de una ética incorruptible y con unos principios inamovibles desde hace 33 años. Tiempo en el que han recorrido numerosos teatros de todo el mundo. Y bares. Muchos bares.

Entre las muchas cosas que se han dicho de ellos. "La Zaranda presta su voz a los más vulnerables. Sinceros, sensibles, generosos... Llenos de memoria y de un sentido innato de la escena. Su teatro es intenso y lleno de imágenes, siempre conmovedor". "Una pura delicia visual. Desprovista de fanfarronada alguna, bruta y sutil...". "Una de las más bellas y angustiosas representaciones que hoy se pueden ver en la España agónica que estamos sufriendo". "El teatro sigue vivo, entre otras cosas, por empeños éticos y creativos como los de La Zaranda". "Quien ha visto alguna vez a este viejo Teatro Inestable de Andalucía la Baja, ya no la podrá olvidar más. Y es qué, ante La Zaranda uno no sabe si reír o llorar, disfrutar o sufrir, soñar o desesperar". "La Zaranda hace ya tiempo que entró en la categoría de clásico en su sentido de referente universal". "Un teatro de inspiración mística, que roza lo sagrado y que aspira a ser alimento del ser humano y no una mera representación o ilustración de la vida". "Deslumbrantes, de una poesía y una humanidad conmovedoras".

La Zaranda tiene en su trayectoria varias constantes teatrales: el compromiso existencial y la fidelidad a sus raíces tradicionales; como recursos dramáticos: el uso simbólico de los objetos, el expresionismo visual, la depuración de textos y la creación de personajes límites; y como método de trabajo, un riguroso proceso de creación en comunidad.

"La Zaranda, como cernidor que preserva lo esencial y desecha lo inservible, desarrolla una poética teatral que lejos de fórmulas estereotipadas y efímeras, se ha consolidado en un lenguaje propio, que siempre intenta evocar a la memoria e invitar a la reflexión", decían hace muy poco de ellos mismos.

Son capaces de afianzar un estilo en permanente transición, ya que lo único que les importa es la acción de crear y no fabricar conservas artísticas que se abran en cada representación. "¡Hay que mantener la tensión, jugársela en cada situación, desarrollar cada realidad escénica en su devenir vivo... el teatro que soñara Valle con el temblor de la fiesta de los toros!", dijo Calonge cuando estrenó Futuros difuntos "largo y hondo ha sido el camino transcurrido desde donde partimos con estas premisas, y las ilusiones intactas, lejos de las estrategias mercantiles del espectáculo, de los costumbrismos de la época, seguimos buscando sobre el escenario los vínculos entre nuestra memoria y nuestra imaginación, persiguiendo la realidad que no sucede, la verdad que adormece en el corazón de los hombres, como declaramos en nuestros principios y fieles a ellos, ya que nuestros trabajos surgen de la ansiedad de expresar lo que somos de acuerdo con la confidencia poética de nuestros sentimientos".

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