El lemur no paga el dentista
Younes Nachett
Trafalgar Información, viernes 13 noviembre 2009
Los lémures son una clase de primates conocidos como presimios. Estos animales son los predecesores evolutivos de los monos y simios. El término “lémur” deriva del latín lemures, que significa “espíritus de la noche”. La Real Academia ofrece tres deficiones, a saber: Género de mamíferos primates cuadrúmanos, con cara parecida a la del perro y cola muy larga, frugívoros y propios de Madagascar; pl. MIT. Genios maléficos en los que creían los romanos y los etruscos; y Fantasmas, duendes.
El otro día, antes del Gran Sueño, visioné, somnoliento, un reportaje en Canal Sur2. Las imágenes en movimiento de un dentista, andaluz, veterinario, andaluz, revisando la vampírica dentadura de un lémur acogido, criado o reproducido, en no sé que parque, quizás en el Parque de la Naturaleza Peña Escrita, se adentraban como haces de luz entre mis párpados, directas al cerebelo. Mi mente, que es simple como el Cero, lo primero que masculló entre pensamientos fue que ¡yo quiero ser un lémur! Al menos a la hora de acudir al dentista. A mí me cuesta 60 euros un empaste. Al lémur le sale gratis. Al igual que la comida y el alojamiento.
El dentista le abría la asquerosísima boca, le raspaba el sarro, y untaba ungüentos en sus encías. Luego le dejaban ir sin pagar. Trate usted, valiente lector, marcharse sin pagar del dentista de su barrio. Ellos tienen el poder sobre el peor dolor de los dolores no graves. Ellos, los pilotos, los basureros (o técnicos municipales de Recogida de Residuos Sólidos Urbanos), los mecánicos, los que venden melones (ellos, y sólo ellos, saben cuál está dulce), dominan la sociedad. Pero este es un tema que nos pilla lejos en Andalucía, gobernada por los lémures, pero no los que parecen monos hijos de una rata. No, los que gobiernan tiran más hacia la definición de fantasmas, duendes, genios maléficos.
Son lémures que van en coches oficiales, lémures que recorren esta tierra que vio nacer a Lorca y al niño gordito de Juanymedio, comiendo por la jeta en los mejores restaurantes y ventas. Lémures, fantasmas de anchas sábanas a base de sueldo, pagas y dietas. Lémures que se gastan el presupuesto de la Ley de Dependencia en más burocracia, más administración, más sueldos, más estómagos agradecidos, más lémures. Y mientras, las listas de espera crecen como sus colas.
Pa’quete rías, o algo así. Pa’ partirse en dos cuando ves a la hermana de Jesulín del cuero de Ubrique, presentando un programa en la ‘tele’ autonómica. Pa' que te rías de los contribuyentes, que pagan semejante bodrio. Y entre lémures, apago la tele.
Sueño con lémures. Soy un lémur. Mi cuerpo se transformó, menos la cola, que ya la tenía larga. Mis pelos se rizaron aún más. Mi dentadura se afiló, estirando cada una de sus piezas. Los dedos en garras se convirtieron. Estoy en un parque natural, quizás en La Breña, o en Los Alcornocales. Me cuidan, me miman, me pagan la comida… me cepillan los dientes y recogen mis heces. Soy un lémur, ¡Soy un lémur!
Despierto. Recuerdo el sueño. Salgo a la calle. Me acerco al cajero. Doscientos treinta y tres euros. Llamo por teléfono. Anulo la cita con el dentista. “Me ha surgido un imprevisto”, digo. “No tengo dinero”, pienso.
En el trabajo me mandan cubrir una rueda de prensa. Y fue entonces cuando supe que no era un sueño. Los espíritus de la noche regresan y copan la realidad de ésta… nuestra… querida… Andalucía.
Querida Andalucía en la que crecen más los parados que los nabos. Pero no te deprimas que tampoco más allá de Despeñaperros, merece la pena mirar. Y para el Sur ni te cuento.
¿Abortan los lémures? Los lémures azules no quieren abortos. El guano de las gaviotas sólo se usa para fertilizar campos, abonar embriones, muy limpios ellos. Luego conversan con sus móviles como hipócritas que tienen amantes. Su esposa, sus hijos, su asistenta ecuatoriana y su Labrador en el jardín. Y durante los congresos, los mítines, las reuniones del más alto nivel, se transforman en el macho ibérico, prototipo de los tiempos del Gran Lémur, que francamente murió.
Al otro lado, sus oponentes, en el Gobierno, se las ven y se las desean con un pirata ‘cuasi’ menor de edad. Somalí, para más detalles. Ya no pueden hablar de ‘gurtel agag camps aguirre’. Se acaba el filón y los parados, y paradas, comienzan a mosquearse. España, como nuestra Andalucía, tiene aguante para no trabajar, pero llega un límite: cuando de verdad tiene que comprar marcas blancas. ¡Hasta ahí hemos llegado! Pocilla, matepán, pan suimbo, laca Toreal, cerveza 'Lildquida', jabón del lagarto, zapatilla Alidas, y lo que es peor, cuando hay que comprar Loca-cola para el niño y para los cubatas del ‘manolo’. Entonces el español, el andaluz, se olvida de bodas gays, guerras, abortos, y de repente, lo importante, lo realmente importante, es que mi cuñado está en el paro, mientras que los lémures están exentos del pago del dentista.
Para colmo no sé quién de Izquierda Unida o del PC, pero seguro que fue alguien importante, dijo que para él no había caído el muro de Berlín, o Merlín. Este rey Arturo añora el comunismo, que en teoría funcionaba, pero que en la realidad era, y es, un criadero de lémures. Arturo, arturito, no vivió al otro lado del telón. Escaparates llenos de marcas blancas y mucha burocracia, mucha administración, muchos estómagos agradecidos. ¡Vente para Andalucía, rey Arturo de IU!
Y antes de encender la tele, que esta noche echan Pa' que te rías, creo que a los ecologistas nos les va a gustar este artículo. Un lémur es un lémur aunque lleve una maldita tilde en la 'e'. Palabra llana, la que más predomina en nuestro idioma, un lémur merece todas las atenciones, como el osito panda y el camaleón de La breña.
Sólo digo que cuando los andaluces tengamos garantizada la salud bucal como los lémures de sus parques; cuando Barbate pueda cambiar de color como el camaleón que se oculta en sus pinares, cuando sus vecinos, y vecinas, puedan sacarse una maldita y sencilla radiografía, sin pagar, sin salir de su municipio; y sobre todo, cuando en este mundo todos los seres humanos, piratas somalíes incluidos, coman, tengan comida, entonces, y sólo entonces, me preocuparé del oso panda y comprenderé porque es tan idiota (y poco ‘darwinista’') que solo come bambú. Que aprendan de Miguel Bosé, que le da bambú, bambú, mientras actúa frente a Fidel porque es sólo música, mientras aquí se echa a la calle contra la piratería o contra la guerra de Irak. Al pirata le das bambú y se lo come. Bosé se lo traga.
Analizadas estas dos semanas, o tres, o cuatro, me voy a casa, que ahora, es cierto, vivo junto a un zoológico, y es la hora de los cacahuetes.
PD. Dos cosas. Una. Miren las caras de los lémures. Son feos. Dos. No tengo nada en contra de Miguel Bosé... que nadie como él me sabe hacer... café.
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